RELATO: CARTA A LA ANSIEDAD
Como ya sabéis existe un apartado en el blog titulado Relatos, donde cualquiera de vosotros puede escribir un texto, si lo deseáis anónimo, del tema que queráis.
Esta vez me llega uno de Magalí, ella le escribe una carta a su ansiedad, como ha sido el encontrarla de repente en su vida y su relación entre ambas y lo más enriquecedor, que le ha enseñado y que ha aprendido de ella.
Hoy en día el 90% de mis pacientes tienen ansiedad, es un síntoma, no una enfermedad en si.
La ansiedad básicamente es un mecanismo defensivo, un sistema de alerta ante situaciones consideradas amenazantes. Es un mecanismo universal, se da en todas las personas, es normal y adaptativo, mejora el rendimiento y la capacidad de anticipación y respuesta.
La función de la ansiedad es movilizar al organismo, mantenerlo alerta y dispuesto para inteferir frente a los riesgos y amenazas. La ansiedad, pues, nos empuja a tomar medidas convenientes, (huir, neutralizar, afrontar, adaptarse, etc), según el caso de la naturaleza del riesgo o peligro. El ser humano desea lo que tiene y desea conservar lo que tiene.
La ansiedad pues, como mecanismo adaptativo, es buena, funcional, normal y no representa ninguna enfermedad o problema de salud.
Sin embargo, muchas veces, este mecanismo funciona de forma alterada, es decir, produce problemas de salud y, en lugar de ayudarnos, nos incapacita.
De repente dejamos de tener esa ansiedad normal para tener crisis continuas con síntomas que a veces, no solo nos asustan y nos confunden, (la taquitardia, ahogos o dolor en el pecho pueden hacernos creer que tenemos algún problema cardiológico), sino que nos sentimos perdidos, paralizados y con miedo.
Pero recuerda que la ansiedad es la lucecita que se enciende para que te des cuenta que algo en tu vida y en ti no funciona. Ella puede avisarte de eso y darte cuenta que es lo que tienes que arreglar para que esa lucecita deje de estar encendida.
No te pelees con ella, es una batalla perdida de antemano, préstale atención, te habla aunque de entrada no entiendas su lenguaje. Escúchala atentamente y mira que te quiere decir.
Es lo que ha hecho Magalí, en lugar de ser su enemiga, la convirtió en su aliada. Y desde esa unión y entendimiento avanzó para que su lucecita dejara de parpadear.
Lee con atención la carta que Magalí le escribe a su ansiedad, seguro que puedes aprender y seguir creciendo...incluso puedes sentirte identificad@.
Mil gracias Magalí por ser tan generosa y permitir publicarla.
Juntos, seguimos creciendo.
Querida Ansiedad,
Tu visita fue inesperada.
Quizá llevabas tiempo anunciándote,
pero no supe reconocer tus pasos al acercarte.
Cuando llegaste, creí que quien llamaba a la puerta eran el Estrés y el Cansancio, dos viejos conocidos con los que he sabido lidiar
anteriormente. Intenté mantener la puerta cerrada unos días más, aguantar la
embestida de los golpes contra mi garganta
con los que pedías paso insistentemente.
Cuando por fin lograste abrir la puerta, te me abalanzaste encima con
un abrazo que me dejó sin aire. Me
oprimiste el pecho y me apretaste el
estómago. Dejaste caer todo tu peso sobre mi hasta el punto que sentí
que no podía levantarme. Cuando intenté caminar, me arrastraste hacia atrás
gritando “¡Para! ¡No puedes!”.
Desesperada, recurrí al Descanso,
a quién pido ayuda pocas veces. Pero él poco pudo hacer: cuando me arropaba, tú
venias a despertarme.
Luego se te unió el Miedo.
¡Menudo dúo vosotros dos!Tú apretándome el pecho y el estómago hasta hacerme
llorar, y él susurrándome al oído: “Esta no te la vas a quitar de encima”.
Me refugié en los brazos del Amor,
que gracias a Dios estaba allí para darme apoyo. Te rechacé, te odié, deseé con
todas mis fuerzas que desaparecieras, pero no lo hiciste. Tuve que aprender a convivir contigo. Y al final el roce
hace el cariño.
Un día me sorprendí a mi misma entablando conversación contigo.Me sorprendió lo mucho que habías venido a enseñarme sobre mi misma. Decidí
invitar a la Reflexión a sentarse a
la mesa con nosotras. Al principio la pobre se mostró muy confundida: no sabía bien como interpretar tu discurso. Pero con
paciencia llegamos a algunas conclusiones.
Ahora hace algunos días que no te veo. De vez en cuando me parece
oír tus pasos acercarse, pero al poco se alejan de nuevo y puedo respirar
tranquila.
Últimamente veo al Descanso más
a menudo, y dejo que se quede conmigo más tiempo que antes. Has hecho que
me dé cuenta de lo mucho que lo necesito.
Además, he hecho una nueva amiga: la Calma. Ahora ella me acompaña siempre, incluso cuando el Descanso
no está presente, y me ayuda a afrontar el día sin ti. A veces, cuando estoy
muy ajetreada, la pierdo, pero entonces respiro profundamente y al abrir los
ojos la Calma vuelve a estar allí, animándome con una leve sonrisa.
También procuro invitar regularmente a la Reflexión a tomar el té, y hablo con ella sobre cómo quiero ser y
qué quiero hacer en la vida. Para leer bien los apuntes que elaboramos juntas,
me he comprado unas gafas “del cerca”.
Con ellas me miro atentamente y me entiendo mejor. Creo que con estas gafas
también podré verte llegar si vuelves a acecharme.
Creo que no volveremos a vernos en una temporada. No te lo tomes
mal, pero tengo nuevos planes que no te incluyen. Aún así, quiero despedirte
dándote las gracias por todo lo que
me has enseñado. Quizás tus métodos sean drásticos, pero he comprendido que viniste
a advertirme de que algo iba mal, y que gracias a tu visita ahora avanzo hacia
un lugar mejor. Confío que no te veas obligada a volver, pero si lo haces
escucharé atentamente qué es lo que has venido a decirme sobre mi.
Te mando un beso y te adjunto algunos de los apuntes que hemos
estado tomando con la Reflexión.
Gracias de nuevo,